En muchos barrios de Valencia se organizan desfiles y actividades festivas en Carnestoltes (carnavales). El más conocido y consolidado, de acuerdo con la prensa local, es el del barrio de Russafa que celebró su XIII edición el pasado 27 de febrero bajo el lema Derechos Humanos. Surgido en los años difíciles del barrio como evento intercultural para celebrar la diversidad de Russafa, ha mantenido ese carácter local y reivindicativo al mismo tiempo que ha ampliado su dimensión multicultural y festiva. Abrió el desfile este año la Muixaranga de Sueca, con sus torres humanas, y tres grupos de danzas tradicionales valencianas, rememorando los carnavales de finales del siglo XIX; le seguían los cortejos de los colegios del barrio, Patufet, Balmes y A. Soler, y del Instituto, y otras entidades con carteles en defensa de la sanidad pública, en contra de la guerra de Gaza, con multitud de banderas palestinas, en oposición a la ampliación del Puerto de Valencia, o exigiendo la igualdad de derechos y la libertad de movimiento para las personas migrantes. Tras el cortejo marroquí, la mitad del desfile corrió a cargo de las comparsas latinas de Bolivia, Colombia y Perú, entre otros países latinos; con sus coloridas vestimentas, música, coreografías y carrozas, ya constituyen un clásico de estos Carnavales.
Las calles del barrio como en años anteriores, llenas de público. Vecinos y vecinas, turistas y usuarios de los establecimientos de ocio del barrio, y mucho vecindario inmigrante de la ciudad de Valencia, particularmente latinoamericanos; familias y grupos de adolescentes latinos que jaleaban a las comparsas. Además del desfile, esta edición de carnavales organizada por Jarit, constaba del pregón, muy reivindicativo, y de dos días de mercado y actividades en la plaza M. Granero. Un éxito.
Con el desfile del carnaval, Russafa volvió a ser un “barrio de centralidad inmigrante”, desde luego para las y los latinos, y de forma imaginaria para el conjunto de la ciudad. Ese protagonismo latino es subrayado por el período Levante, “El carnaval más combativo de Russafa conecta Valencia con Latinoamérica” (18/02/2024). Días antes, el conservador Las Provincias dedicaba una elogiosa columna al carnaval de Russafa, como muestra de interculturalidad, en el que, entre otros exotismos, “jóvenes marroquíes obsequian con té aromatizado con hierbuena”. Llama la atención el contraste entre este imaginario y la realidad del barrio. Sometido a un proceso de gentrificación y turistificación, acelerado en la última década, Russafa mantiene su vecindario de origen inmigrante, pero ha disminuido el extracomunitario y ganado relevancia el procedente de países occidentales ricos. Una parte del vecindario latino, chino y, en menor medida, magrebí se mantiene; sin embargo, cerraron muchas tiendas chinas, latinas y marroquíes, el oratorio musulmán se trasladó al barrio colindante de Malilla, y las familias jóvenes de origen inmigrante, como las autóctonas populares, se ven expulsadas del barrio, dado el precio de la vivienda. Russafa es menos inmigrante que en el pasado reciente, sin embargo mantiene su imagen de barrio inmigrante ahora transmutado en barrio cosmopolita. Ese cosmopolitismo, loado por la prensa, las agencias inmobiliarias y los anuncios de apartamentos turísticos, se conforma como una diversidad amable y no conflictiva, no sólo compatible sino un atractivo más del proceso de gentrificación del barrio.
Una reflexión final. En la ciudad de Valencia, hablar de inmigración en Russafa remite a cosmopolitismo, hacerlo en Els Orriols, barrio obrero periférico con acumulación de problemas sociales, remite a pobreza o más problemas. Los imaginarios tienen importancia, entre otros ámbitos, en la convivencia barrial. En ciudades dualizadas como las nuestras, también el imaginario sobre la inmigración se dualiza y complejiza.